Las bolsas plásticas son dañinas para el medio ambiente porque están elaboradas con materiales poliméricos derivados del petróleo.
Mientras el devenir de la pandemia incentivaba en 2020 una boyante industria que hoy desafía normas, reglamentos y conciencias ecológicas, y produce, comercializa y distribuye masivamente sacos de polietileno de todos grosores y dimensiones, miles de ejemplares de fauna languidecían en el mar asfixiadas con una bolsa de plástico en la garganta, o constipadas cuando la bolsa había pasado a sus estómagos.
Datos de la Organización de las Naciones Unidas indican que anualmente se producen 500 mil millones de bolsas de plástico en el mundo, de las cuales cada familia mexicana hace un consumo promedio de 650 unidades en el mismo periodo.
Es conveniente resaltar tales cifras este 3 de julio, Día Internacional Libre de Bolsas de Plástico, para abogar por un planeta sin bolsas no compostables, porque desde principios de los años setenta, las bolsas de plástico se popularizaron mediante su distribución gratuita en supermercados y otras tiendas, y pocos se percataron durante décadas de que estas bolsas no se reutilizaban ni reciclaban y terminaban no sólo en basureros, clandestinos o autorizados, sino también en ríos, lagos, caminos y bosques, barrancas, montañas, playas y océanos.
Fue por lo tanto un gran logro que a principios de 2020 hubiera permeado en la conciencia colectiva de los mexicanos y de otras sociedades del mundo que la erradicación de las bolsas de plástico de un sólo uso contribuiría a evitar un 2050 con más plásticos que peces en el mar.
En nuestro país, tanto comerciantes establecidos como ambulantes de distintas entidades, lo mismo que su clientela, habían asumido que las disposiciones de los gobiernos locales debían acatarse, de manera que empresas y consumidores sustituyeron las bolsas plásticas con las de materiales reciclables.
En la Ciudad de México, por ejemplo, la Ley de Residuos Sólidos que cobró efecto el 1 de enero de 2020 prohibió la comercialización, distribución y entrega de bolsas de plástico al consumidor, excepto las compostables, siempre y cuando cumplieran las especificaciones de compostabilidad establecidas en las normas ambientales.
Dos meses después, el 3 de marzo de 2020, la Secretaría de Medio Ambiente (Sedema) verificó mediante visitas a 1,089 tiendas de plazas comerciales y establecimientos del Centro Histórico, que se habían reducido en alrededor del 70% las bolsas de plástico desechables que circulaban en la ciudad.
Sin embargo, la desafortunada aparición del virus Sars-COV-2 en el país revirtió ese proceso, y las bolsas de plástico comenzaron a utilizarse nuevamente, sobre todo en el pequeño comercio, mercados y tianguis.
“No deberíamos regresar a utilizarlas, aun cuando la tentación es muy grande porque resultan muy cómodas y aislantes, pero volver a su uso sería perjudicial pues podríamos perder lo que hemos avanzado”, advirtió la directora general de Atención a la Comunidad y académica del C3 de la UNAM, Mireya Imaz Gispert.
Especialista en sustentabilidad, medio ambiente y cambio climático, Mireya Imaz sostuvo que “sólo se justifica el uso de bolsas de plástico en los casos donde existen enfermos con este virus tan contagioso, pues se deben aislar todos los desechos tóxicos que son una fuente latente de contagio”.
Recomendó usar las bolsas de plástico cuando los desechos tóxicos fueran papel higiénico, pañuelos desechables, algodón, entre otros, para lo que suelen ser útiles por su gran resistencia que por lo general es superior a otro tipo de bolsas, además de tener muy buena impermeabilidad para transportar objetos líquidos.
Las bolsas plásticas “son dañinas para el medio ambiente” porque “están elaboradas con materiales poliméricos derivados del petróleo”, y gran parte del hidrocarburo que se produce en el planeta se destina a su elaboración, afirmó.
Señaló que las bolsas de plástico se producen en segundos pero tardan décadas y hasta más de cien años en degradarse, de acuerdo con su grosor, si se encuentra enterrada o expuesta al sol, y la descomposición de sus moléculas, por lo cual tienen un alto impacto en los ecosistemas.
En muchos países, 2021 marcaría el final de esas bolsas y de otros plásticos de un sólo uso como los popotes, pero el polímero rebrota como la pandemia y vuelve a flotar por doquier ya que, para evitar el riesgo de infección frente al coronavirus, se han producido y distribuido en todo el mundo millones de productos de plástico, la mayoría desechables, como guantes, mascarillas, gafas de protección, delantales, batas y muchos más equipos de protección individual.
A escala internacional, y según datos recogidos por los servicios aduaneros chinos, sólo en el mes de marzo de 2020 China vendió cerca de 3,860 millones de mascarillas a los países afectados por la pandemia, además de 37.5 millones de trajes de protección, 16,000 respiradores y 2.84 millones de kits de detección de la COVID-19, de acuerdo con el portal agenciasinc.es
Si a esos fabulosos volúmenes de plástico necesarios para proteger la salud de más de 7,700 millones de habitantes del planeta agregamos el uso de las bolsas de plástico que repuntó durante la pandemia, podemos imaginar en qué aprieto colocamos a la fauna silvestre, y en general a los ecosistemas, y qué paisaje tendremos en un futuro cercano.
Si bien el plástico de las bolsas es liviano, económico, duradero y versátil, su costo ambiental es muy elevado. Esto lo debemos tener presente si queremos conservar la naturaleza.